Me basta con que un verso cada ciento
volando desemboque en alma ajena,
me sobra con saber que esta faena
me sirve de condena y de alimento.
Consuela imaginar que el sacramento
de la flor de la tinta que envenena
me redime, me excita, me encadena,
cual noche de verbena en el convento.
Y, así, burla burlando, van pasando
los infiernos, los jueves, las tormentas,
las musas no conocen la rutina.
A ras del suelo pero levitando,
cantándole al espejo las cuarenta,
como un poeta en horas de oficina.
1 comentario:
Compañera, yo también me siento un poco identificado con lo de poeta en horas de oficina. Quizás no puede llegar a la altura de poeta pero necesito que las musas se paseen por la agenda o me garabateen los expedientes.
Un saludo, sigue regalándonos momentos.
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